Manitas digital

baldosas

Tengo en el cuarto de baño una baldosa que se mueve ligeramente cuando la pisas. Al principio ni lo notas, pero con los días, comienza a convertirse en algo bastante enervante. La sola idea de buscar un manitas en Agosto, en Madrid, me aterra.

Con mi inconsciencia habitual, me leo un par de briconsejos de Leroy Merlin, me doy una vuelta por la tienda, y, pertrechada con lo que yo creía suficiente material para mi transformación digital, me dispongo a reparar la baldosa con estas manitas y mis abalorios. Bueno, las baldosas. Porque en realidad, la vecina de la causante del conflicto tiene una esquina rota desde hace años. Y poyaque estamos, la arreglo también ¿no?

Vale, vamos allá. Cojo la ventosa de desatascar. La primera baldosa, la rota, sale dócilmente. No ha hecho falta ni rascar las juntas. Pero lo divertido empieza cuando veo lo que hay debajo. Arena. Kilos de arena. ¿Porqué hay arena en mi baño? De hecho, no sé si tirarla o avisar al Museo Arqueológico del Curso Medio del Río Guadarrama, a ver si procede de algún yacimiento romano. Quito la segunda. Miro las dos baldosas, tienen cemento viejo pegado junto con restos de arena. Ahora es totalmente imposible volver a ponerlas, claro. En el briconsejo no decían nada de encontrarse con el Sahara bajo las baldosas. Me pregunto si hay algo vivo ahí abajo. Menos mal que tengo baldosas de repuesto en el sótano, de allá cuando en el año 2000 hicieron la maldita obra. Trato de retirar la arena con la escoba. No voy a cargarme la aspiradora con este asunto. Pero entonces veo una tercera baldosa que también se mueve. La que has liao pollito. Claro, he retirado el yacimiento de Atapuerca y todo el ecosistema baldosil se me está viniendo abajo como si hubieran sufrido un terremoto de 7,5. Comienzo a entrar en pánico. Trato de ignorar la tercera baldosa mientras agarro el saquito de cemento cola (se van a enterar éstas) y comienzo a hacer la mezcla. Miro el cacharro que he adquirido para la mezcla. Creo que mejor lo destino a manicura y agarro el cubo de hacer los baños. From lost to the river. Ajá. Entran los 2 kilos de cemento cola y la cantidad de agua recomendada. Aquello, ni los barros del mar muerto. No consigo la mezcla «homogénea». Las lentejas con arroz son más homogéneas que ésto. Echo más agua y remuevo con una cuchara de madera. Buf. Pinta mal. Esto no lo mezcla ni Hulk. Me calzo los guantes de fregar. Ale, con alegría. Esto parece una masa de pizza, pero a base de amasado, va cogiendo forma. Más agua. Cuando considero que ya tengo una cantidad razonablemente espesa, me vuelvo a la cantera en la que se ha convertido el suelo de mi baño. Comienzo a echar a puñados el cemento cola en los huecos, completamente segura de que no voy a tener suficiente, y agarro la llana, a ver si consigo nivelar aquello. El maldito cemento se pega a la llana, a nuevas apariciones de arena, y a trozos de cemento antiguo que han sobrevivido a la escoba pero que saltan en pedazos y se mezclan con el nuevo. Santo Dios. Qué fiesta. Coloco la primera baldosa. Vale, parece que no se menea cuando la piso. Me he comprado un mazo de goma para encajarla que ahora me parece totalmente innecesario. Pongo la segunda. Mal. Se mueve. No con ese ruido enervante de cloc-cloc, pero ahora suena como si estuvieras pisando almendras. Es evidente que me he quedado cortísima de cemento. Habrá que esperar a ver cómo suena esta noche. Craaaaaak. Lo peor es la puerta. Chirría, se ha colado arena debajo y voy a tener que desmontarla de las bisagras para lijarla. No sé si llamar al seguro a que me envíen a un manitas o a Portland Valderrivas a que me traigan una hormigonera para acabar con esto, que con 2 kilos no tengo ni para empezar.

Creo que voy a tener que ir a Leroy Merlin, a que los dependientes se echen unas buenas risas a mi costa.

Liposucción digital

estrella

Cierta estrella del cine para adultos ha puesto a la venta sus implantes mamarios. La noticia es, como mínimo, llamativa. Y más pintoresco aun resulta que tenga comprador. Un devoto del género los ha adquirido para tenerlos en el salón de casa, enseñarlos a las visitas, usarlos como pisapapeles y tal. Bueno. Aún hay esperanza, me digo. Desde luego, hay demanda para cada oferta, es cuestión de encontrarla.

Las empresas y las personas no son tan diferentes. Tu puedes coger unas piernas viejunas y varicosas, hacerles una buena liposucción, quitarles la celulitis y las varices y dejarlas como las de una quinceañera. Técnicamente es posible ¿Y eso les va a devolver las ganas de bailar? Pues seguro que lo tendría más fácil, menos grasa, mejor circulación, y sin duda alguna mejor pinta. Pero no deja de ser una extremidad a las órdenes de una voluntad. Si el espíritu está agotado, si no hay ganas de bailar, no hay mucho que hacer.

Con las empresas pasa algo parecido. Los que trabajamos en ellas obedecemos a una única voluntad -al menos en teoría- que representa los valores de la compañía, y que respalda la tan manoseada «misión y visión». Pero estamos en plena disrupción: El mundo de lo digital ha aparecido como una tromba, y en muchos casos se ha llevado por delante la misión, la visión, el profit, los clientes, el talento y no digamos ya los valores.

Hay empresas que -aunque suene muy duro- tienen ya muy poco que decir en el mercado. Sufren, agotan sus recursos, queman a su gente, o tiran los precios en un intento desesperado por sobrevivir. Y no, no les sirve de mucho digitalizarse.

Lo que les toca ahora es la nada grata tarea de parar, revisar la misión y el negocio, y ver si tiene sentido seguir haciendo las cosas como hasta ahora. Si esto se arregla con un toquecito de bótox o bien necesita un trasplante. Y cuando hablamos de grandes organizaciones no es nada fácil, principalmente porque tiene que estar muy bien estructurada y comunicada para que esa nueva misión cale de arriba a abajo y con rapidez. Es entonces cuando entra en juego la transformación. Pero no es justo que la responsabilidad del cambio recaiga en la tecnología. La tecnología ayuda, pero no puede ser el motor. A menos que queramos «migrar» al negocio digital. Sería el caso del Ave Fénix, que tras abandonar su lamentable y penoso estado se convierte en un nuevo polluelo listo para repartir leña. Traducido a lenguaje empresarial significa -como imaginaréis- «cierra el garito y ve abriendo otro, que aquí no tienes nada que hacer salvo perder dinero».

La transformación consiste en revisar la misión, decidir si hay que cambiarla, ver qué tenemos para lograr la nueva y -ahora sí, con la ayuda de la tecnología y el talento- reinventarnos y volver al ruedo. Hay muchas empresas que ya no están en el ruedo y aún no se han dado cuenta. «Quién se ha llevado mi queso» es una vieja fábula que me encanta porque siempre tendrá vigencia. Aunque lo malo es que no te dice qué debes hacer cuando llegas a por tu queso y ves que ya no queda. Simplemente te cuenta que hay otro más espabilado que tú y al que no escuchaste, y que se fue a buscar queso nuevo -y por supuesto lo encontró-. Así están muchas empresas, desorientadas con el «y ahora que hacemos». Y los oropeles y brillos de la tecnología a veces no hacen más que confundir.

En este caso no hablamos del Ave Fénix, sino de la capacidad de ciertos animales, como los ratones, que con 7 días de vida son capaces de regenerar parte de su corazón (y no, no os creáis eso del águila que se arranca las plumas, las garras y el pico para regenerarse y vivir otros 30 años, aunque muy inspiradora, es una leyenda urbana) En este caso, habría que hacer un análisis a conciencia de nuestra situación en el mercado, dónde queremos estar y cuáles son los recursos que necesitamos para ello. Ah, el Desarrollo de Negocio, esa difusa «pata» entre ventas y marketing, el principal garante de esa adaptación continua, el que evita ese temido «y ahora que». Qué pocas son las compañías que lo aprecian en lo que vale. Y una vez tengamos claro ese análisis y hacia dónde queremos ir, ya podemos diseñar un plan de acción y ejecutarlo. Pero no deberíamos empezar a transformarnos sin saber en qué nos queremos convertir. Hasta el ave fénix tenía claro que de las cenizas nacería otro fénix, y no un ratoncillo presa fácil para otros fénix.

Birds&bees-as-a-Service

shockedowl

Pasmada me deja la creatividad de los marketinianos. Revisando un extenso informe sectorial sobre este mundillo del big data, me encuentro con unos paisanos que ofrecen «Insight as a service». Dios santo. Tantos años en esto y sigo sorprendiéndome. Y no son los únicos. Parece que aquí el que no ofrezca sus cosillas «as a service» es un pobre luser, un caspas, un antiguo, un ser antediluviano en vías de extinción que merece desaparecer del ecosistema empresarial.

Menos mal que tengo clientes sensatos que me ayudan a aterrizar las cavilaciones de los «singermorning«. Uno de ellos, de sector público, me hace la pregunta del millón: «Oye, y esto del «as a service», en caso de devolución del «service», ¿cómo va?»

Pues sí señor, muy buena pregunta.

En sector público esas cosas pasan todos los días, ya lo sabéis. Tu puedes estar 4 años realizando un trabajo impecable, pero con cada nuevo pliego, por avatares del destino, precio inadecuado, errores en el aval, caída del motorista que lleva la oferta o cualquier otra desgracia, pierdes el servicio. Nos ha pasado a todos. ¿Y entonces qué? ¿Desenchufamos el «service» y conectamos el del afortunado ganador?

La respuesta a esta pregunta depende por completo del grado de comoditización del «service«. Pongamos por caso que uno se enfada con Microsoft y pretende «desenchufarse» del office 365. O con Telefónica o cualquier otra telco. O con Google. La percepción general es que se trata de commodities, porque todo el mundo lo usa, son baratos -o incluso gratuitos- y encima están en el cloud. Pero no veo yo tan sencillo dejar el gmail corporativo y conectar a todo el mundo al yahoo, o decirle al personal que se busque un editor de texto gratuito por ahí. Claro que a la IBM no le importaría una demanda brutal e inesperada del LOTUS123 (sí, aún existe y vive). Seguro que no pondrían pegas. Si Microsoft ha indultado al Paint por algo será, que a saber qué estará maquinando esta gente. A veces la línea entre la commodity y el monopolio es extremadamente fina. Lo que pasa es que tendemos a asociar «as a service» como «barato y fácil».

Y si hablamos de BI, Analítica, Integración, Big Data y demás ingredientes que son la base natural de cualquier «insight» medio decente, la pregunta está más que justificada.
Un «insight» adaptado para la compañía y que aporte valor para la toma de decisiones no es tan sencillo de «traspasar». Porque un insight, al final, se apoya en tres patas: una necesidad del usuario, una información en bruto que suele residir en varias fuentes y estar en distintos formatos y una tecnología que haga de puente entre ambas cosas. Y cuanto más queramos garantizar la validez del insight, mas compleja y profunda será la interrelación entre esas tres patas. Cambiar la pata tecnológica, que suele ser el objeto principal de un pliego, tiene su impacto en las otras dos.

A veces metemos en el mismo saco la tecnología base para producir «insights» junto con los plug-ins, gadgets o visualizadores que se quedan en la capa más superficial de los datos. Estos, en un momento dado, sí puedes sustituirlos sin mucha complicación. No digo que el «true BI» no se pueda desenchufar, pero siempre de una forma rigurosa, estudiada y metódica, y de alguna forma, prevista desde el principio del servicio. Dice el refrán que no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos. Pues imaginaos deconstruirla. Le podéis preguntar a Ferrán Adriá, que a buen seguro no lo consiguió improvisando.

Eso me recuerda que esta noche tengo que pasar el QA de la «tortillaAsaService», elaborada por una máster en tortilla de patatas y calabacines que ha alcanzado un ANS dificil de superar. Eso sí es una deconstrucción en condiciones, porque la verdad es que no dejamos ni las migas.

Zumo digital

Bravo por Mercadona y su máquina de zumo. Ha hecho lo que ninguna transformación digital hubiera conseguido: que me pase todos los días antes de volver a casa para conseguir una botella de zumo de naranja auto exprimido para mis voraces criaturas, que se me rebelan por las mañanas si no tienen su zumito en el desayuno. Le pregunto al cajero cuantas botellas de litro venden. Esta es una tienda pequeña -me responde-. Unas 180 diarias. O sea que 180 maris como yo acuden -de forma premeditada o casual- a por su botella de zumo, y ya que estamos, algo de compra de relleno.

Esta vez ha sido al revés; tradicionalmente la marca propia de Mercadona suele inspirarse en un producto de gran consumo, pero ahora son los grandes hipermercados los que están instalando la maquinita del equipo Roig. Y sin embargo, no es lo mismo. El zumo de naranja recién exprimido es una cosa, meterse en un macro centro comercial y tardar 1 hora para obtenerlo es otra muy distinta.  El modelo de super de proximidad es el que consigue mi visita diaria. Y ya que estamos, por supuesto, no es lo único que me llevo. ¿Haría lo mismo por el zumito Carrefour?  No, ni en broma. La compra «gorda» la hago siempre on line, y semanalmente me apaño con los frescos. La gracia del zumo es que es fresco y no dura más de 24 horas en la nevera (aunque tambien reconozco que mis hijos son dos termitas que no dan tiempo a que caduque nada). Por tanto no consigo encajar el objeto zumo en otra cosa que no sea arrojar el coche en el parking, entrar como una bala, exprimir el zumo, coger un par de cosas más y salir escopetada por la puerta.

Asi que bravo por Mercadona, que aunque todavía no me ha hecho caso con la idea de poner su propia nevera en el mercado, me hace ir todos los dias a darle a la exprimidora, que es hasta terapéutico, oye. Que bien se me da esto de envasar zumo. Parezco un hamster obsesivo dándole al botón de la jaula para que caigan pipas.

Zombie followers

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Mira que da juego esto de internet . Ha conseguido demostrar lo que ninguna de las religiones a lo largo de la vida de la humanidad: que hay vida después de la muerte.

Me parece justo -y necesario- cerrar las cuentas de los paisanos tras su pase al más allá, pero… ¿darles continuidad en el más acá? ¿Para qué puede querer Facebook -o aún más inquietante, Tinder- un fiambre? Pues según parece, unos iluminados han decidido hacerlo -y por supuesto comercializarlo-.

Os copio el párrafo del artículo de El País que me ha provocado tan profunda reflexión -y desazón-:

«El sistema evalúa el comportamiento en Internet. Recopila, colecciona, archiva y crea un doble virtual para la posteridad. Lo llaman counterpart. “Los usuarios pueden decidir el nivel de autonomía de su counterpart”…. “Pero no se tienen que preocupar de diseñar el contenido que se utilizará póstumamente, porque el sistema aprende de cada una de sus acciones y con ellas crea automáticamente esta identidad digital”.

Toma castaña. Por si no hubiéramos dado suficiente guerra en vida, podremos incordiar eternamente al personal desde el más allá. Esta gente ha descubierto la fuente de la eterna juventud. Imaginemos el 2040: «Oye, cuantos followers tienes? Huy, un montón, 1290 reales, 270 virtuales y 341 zombies. Lo mejor son los zombies, es divertidísimo enzarzarse con ellos y ver cómo responden en jerga del siglo pasado. Tengo uno que dice que es «podemita», me parto metiéndome con él, y otra que siempre contesta «te lo juro por snupy» ¿y quién narices era snupy? « A ver, por favor, ¿alguien en su sano juicio haría algo semejante (exceptuando a frikis tipo Sheldon en versión desatada)? ¿Estos señores ha pensado en la desazón que puede causar el «finado» a familia y amigos publicando de forma desenfrenada desde el más allá? Existe el derecho a ser olvidado, pero ¿y que pasa con el derecho a olvidar a la gente?

 

Pues menudo apaño. ¿Y si -pongamos por caso- el counterpart te sale rana? Imagina que se nos descarría en el facebook o en el twitter y se lía a insultos al clero variopinto, a la corona, o a las diversas castas políticas. ¿A quién meten en la cárcel? ¿A la Santa Compaña? Porque a ver quién le echa el guante al zombi éste, que se supone que es una proyección de tu voluntad. A saber cómo puede reaccionar la criatura ante un futuro con no muy buena pinta. ¿Y cómo demonios se bloquea a estos inquietantes seres? Es más, ¿es recomendable? ¿tendrías redaños para bloquear a un zombie? ¿podrías dormir por las noches? ¿te levantarías a oscuras a buscar un vaso de agua sin temor a que te toque una mano helada y te diga «Luke, yo soy tu padre»? Que a saber por dónde nos puede salir el fiambre cibernético, igual con esto de la realidad aumentada se nos vuelve un grasioso y nos mata a sustos. Habrá que apagar la wi-fi de casa por las noches, no vaya a ser que nos dé un jamacuco. Sinceramente, esto me parece un truco magistral de las redes sociales para no perder usuarios aunque se mueran, y encima poder dirigir sus likes como si fueran un rebaño. Me descubro ante su voracidad recaudatoria.

Y la vida después de la muerte en Linkedin puede ser de coña. Por si no había fantasmas, pues toma, unos cuantos más. Imagina que te lías a mensajes con quien tu crees un paisano de carne y hueso, y como el buen hombre dejó a su counterpart en modo amable, tú pensando que estabas a punto de cerrar una venta. ¿Y si te acepta conexión alguien y descubres que es un CIOfiambre? Que yuyu, ¿no? Menudo susto. Al menos, que les pongan alas de angelito en el perfil. ¿Y si uno cambia de empleo estando muerto? ¿Habrá beneficios fiscales por fichar a counterparts? ¿Se formará una plataforma de defensores de los derechos de los nomuertos? Casi estoy por cambiar de profesión y volver a la abogacía, me lo iba a pasar bomba.

Yo, en mi caso, quiero tranquilizaros. Si por casualidad veis un post en mi blog tras mi fallecimiento, os garantizo que no será de mi counterpart digital; será obra de mi fantasma, que sospecho será igual de gamberro que yo.

Coches desconectados

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En esta era tenebrosa de la internet de las cosas, estoy empezando a considerar seriamente las posibilidades que ofrece la no-conexión a esa red monstruosa que nos acecha todos los días, sin que nos percatemos de ello -o sí-. Un traje chaqueta que además fuera jaula de faraday portátil, eso habría que inventar.

El otro día, antes de una reunión, me bajé una app cuya utilidad era la de monitorizar tu conducción para así poder ofrecerte pólizas de seguro a buen precio y otros productos de interés, siempre basándose en tus virtudes al volante y buenas dotes de conducción. Vamos a probar el invento a ver cómo va, más que nada por tener claro a lo que se dedica el cliente.

Y ya lo creo que va. Los únicos que se atrevieron a ofertarme algo fueron los de la Mutua, mi compañía actual, que sabe Dios cómo tendrán los CRMs múltiples para no percatarse de que soy cliente desde hace milenios. Criaturicas. El resto ni mú. De hecho han debido meter mi matrícula en sus sistemas marcada con una calavera y dos tibias. «No asegurar ni en caso de quiebra de la compañía». Entro en la app a ver mi análisis de conducción. Cómo que «conducción brusca». Miro los tramos supuestamente delictivos. Pero bueno. Prueba a meterte en la A6 desde la M40 en hora punta. Tienes que entrar como rambo, no con vestido de volantes y cascabeles en los dedos de los pies. La madre que los trajo.  ¿De dónde saca el benchmark de conducción esta gente, de Santa Genoveva de Brabante a lomos de un corzo? «Exceso de velocidad». A ver. 10 kilometritos de nada, eso además será cosa mía y de la Déjate, aquí el seguro no creo que tenga mucho que decir. Pues parece ser que también. Dice mi amiga Esperanza -que de seguros sabe un rato- que aunque pases un poco del límite, se incrementa el riesgo y sube la prima. En mi caso, la prima no es que haya subido, es que ha huído despavorida. Eso me gustaría matizarlo. Hay cada un@ suelt@ que son un peligro sólo por subirse al coche, y sin necesidad de arrancar.

Pues aquí la super-app ha decidido que soy un peligro al volante y que no me asegura ni Seguros La Ratita Presumida con una venda en los ojos. Y sin embargo, hace siglos que no doy un parte, y cuando así ha sido, siempre con contrario torpe e inequívocamente culpable. De hecho, la app se pone a funcionar en cuanto conecto el waze, silenciosa y vigilante, pero sin decir ni esta boca es mía. Ha dejado de comunicarse conmigo. Y no es justo. La única vez que me estampé yo solita y con plena culpa -y sin contrario- fue hace siglos en una curva de Hoyo de Manzanares bastante tonta; no pude corregir y acabé pastando en una bonita pradera de césped llena de piezas de otros vehículos -lo sé porque me fui a tocarlos por si estaban calientes y pertenecían a mi coche-. Así que no debí ser la única, porque allí había desde guardabarros a tubos de escape. No, no aterricé en un desguace, os lo juro.

Lo que de verdad me preocupa es que esa información de la app llegue -por esas cosas de la cesión de datos- a manos de la DGT, y meta mis trayectos habituales en sus máquinas. Y que además me multe on line, oiga. Sonidito en el móvil «Trrring! Su multa, graciaaas. Vuelva otra vez!» Y como tengas algún medio de pago en el móvil, hasta te lo vacía en directo. Tengo que acordarme de desinstalar este chisme infernal… Dios mío. Ahora os reís, pero… lo que nos queda por ver…

Espejito mágico 

Jordi

DIA 1 He conseguido un chisme de esos, réplica fiel de lo que usaba la madrastra de Blancanieves pero en versión digital by Amazon. Alexa, se llama. Dios mio que ilusión. Me ha costado un congo, pero a partir de ahora voy a ir super fashion. ¡Que se fastidien todas! Ya verán las de la oficina, ya ¡La sesión de prueba me ha encantado! Me ha tomado medidas de todo el cuerpo, y para acertar con mi estilo y color, me ha hecho fotos hasta de los iris y las palmas de las manos, jajaja! ¡Impresionante! Bravo por Alexa!

DÍA 2 De verdad que estoy fascinada. Es cierto que me ha llevado un poco más de tiempo salir por la puerta y que he llegado tarde al trabajo, pero es que Alexa me ha hecho vaciar todos los armarios hasta autorizar mi salida con un “top 10” y un smiley verde. ¡El resultado ha merecido la pena! Para ser una app sin sentimientos ha tenido bastante compasión con mis medidas, jajaja. ¡No me imaginaba que las patas de elefante de mi madre volverían a llevarse! Menos mal que no hice caso al libro de la japonesa aquella, que me hacía tirarlo todo! Qué buena idea guardar las plataformas sesenteras, el capacho militar de mi abuelo y el bolso de macramé de la abuela Conchi. Según el barómetro Glamour voy ideal, y según el de Vogue absolutamente divina!!

DÍA 3 He tenido que resetear a Alexa. Yo creo que al verme con muletas no ha sabido bien que ponerme, pero quien iba a imaginarse que las puertas del metro se iban a cerrar sin darme tiempo a sacar los zapatos de plataforma del hueco entre vagón y andén. Ademas el capacho militar se ha enganchado con las puertas y he estado a punto de morir decapitada. Menos mal que el bolso de macramé ha parado las puertas. Afortunadamente Alexa esta en todo. ¡Es la leche! Me ha hecho un apaño con un fular indio que compré en el mercadillo, a modo de falda envolvente, que flipas, ¡ya no se me ve la escayola! Además me ha puesto un croptop de cuello alto monísimo que tapa por completo el collarín. Adoro a Alexa.

DIA 4. He tenido un serio percance con RRHH. El muy caspas me ha dicho que los pareos de playa no son “corporate” y que haga el favor de vestirme con ropa que no salga volando y deje ver las bragas en cuanto ponen el aire acondicionado. Pues a ver si ellos dejan de llevar trajes de lana de burrisaurio en invierno y en verano y ponen el aire acondicionado más bajito. Qué animal. Confundir un bolso vintage de macrame con un cesto de playa. Lo que tenemos que aguantar en esta empresa de trogloditas, dios mío.

DÍA 5 Válgame. Creo que no me he leído bien las condiciones de la app y a qué le daba acceso. Se ha presentado en casa una furgoneta que ha parado el tráfico de mi calle media hora mientras descargaban el pedido -supongo que by Alexa-. La tía ha encargado un gimnasio en miniatura para rebajar mis lorzas, un jacuzzi para relajarme y un peluquero que se ha presentado en casa diciendo no sé qué de mechas californianas. Me parece que debería eliminar los datos de la Amex corporate de mi móvil. Además ha llegado un cargo rarisimo, 300$ de una tienda londinense muy chic, me parece que debe ser el croptop del otro día. Sé que lo hace por mi bien, pero creo que Alexa esta sacando los pies del tiesto.

DÍA 6 Alexa no me ha dejado salir de casa hasta las 10:30. La muy cabrona ha hecho desaparecer casi toda mi ropa, la interior incluida. Eso sí, he recibido un email muy cariñoso de la ONG “Fashion sin fronteras” agradeciendo mi colaboración e informando que la mayoría de mi ropa iba directa a los mercadillos de Milwaukee porque por talla y estilo no servía para los europeos. Menos mal que Amazon se ha portado y el pedido con mi atuendo de hoy ha llegado a las 10:00. He preferido no mirar el albarán, ponía algo de Moschino Cheap & Chic. Creo que Alexa y yo no utilizamos los mismos conceptos econométricos, y que por “Cheap” no entendemos lo mismo. Tengo que limitar sus adquisiciones -ya que ni siquiera me consulta- a Zara HM o Mango. Me parece que los zapatos tan cucos que llegaron el otro día son de Furla. Estoy empezando a no mirar los sms que me llegan del banco.

DÍA 7 Tengo que revisar los terms & conditions de Alexa o mis padres me matan. Hemos tenido una bronca del nueve. Al parecer, la cubertería de plata de mi madre ha acabado publicada en Wallapop y se ha presentado en casa un fulano que venía a recogerla. No han querido creerme, y sé que mi padre está mirando sanatorios mentales a escondidas. La muy cabrona de Alexa, ni palabra. Es que ni se ha dignado arrancar. Debe ser que le ha sentado mal que le quitara los datos de la Amex de sus roídas tripas cibernéticas.

DIA 8 La madre que la parió. Esta mamona de Alexa ha tomado posesión de mi Facebook y ha enviado a todos mis contactos y a su red hasta el segundo nivel mis fotos de la sesión de prueba en ropa interior. Además me ha enviado un mensajito amenazando con realizar la misma operación con Linkedin a menos que le devuelva los controles sobre mis tarjetas de crédito.

DIA 9 Estos desgraciados de Amazon me dicen que en los terms&conditions venía bien clarito que Alexa era una beta y que me aguante. Serán mamones. Ya sé. Voy a fingir mi propia muerte. He comprado un móvil disfrazada de geisha y con gafas de sol, tengo nuevo número de móvil, he fulminado mis cuentas de internet en un descuido de la cabrona cibernética y también he eliminado todas mis cuentas de correo. Oficialmente, ya no existo ¿Porqué no lo habré hecho antes? ¡Me siento renacer!

DIA 10 Mis padres han decidido desheredarme. De hecho, escribo desde la despensa, rezando para que no me encuentren y me internen. Ha llegado una factura brutal de la funeraria “El más allá”. Eso sí, las flores eran absolutamente divinas. De dónde las habrá sacado. Lo malo es que la tuna se ha bebido la reserva 12 años de mi padre, no sin antes acabar con los cubatas del catering. No sé bien quién ha venido a mi funeral, pero tenían una pinta muy fashion.

PD. Estaba pensando en suicidarme, pero Alexa me ha enviado un cheque regalo de bienvenida de 100 €!!!

Neoyorquina adoptiva 4

tedstryker

Termino la serie Neoyorquina con una profunda reflexión sobre las infraestructuras de transporte de la zona, a bordo del AVE, que es el equivalente del challenger espacial en esas tierras.

Que espíritu el de los neoyorquinos, oye. Son admirables. Están hechos para sufrir. Tú sales de casa, digamos, a coger el cercanías en Atocha, y en la puerta, te para uno de seguridad de Adif diciéndote que no puedes entrar. Ni en esta estación ni en ninguna otra porque está cortado el tráfico de cercanías y de metro en toda la capital. Como mínimo piensas en un cataclismo, un apocalipisis zombi o que a la alcaldesa le ha dado definitivamente el gagá y está en su despacho vestida sólo con un collar de flores planificando que a partir de ahora vayamos a trabajar a caballito.

Pero cuando eso sucede en NY, el de seguridad no es como el de Adif, no. Este paisano lleva pistola, y bien a la vista, no vaya a ser que algún decidido insista en entrar (o que alguno de la colonia coreana que vive en el metro se emperre en salir). No contentos con eso, te cortan todo el tráfico subterráneo de la isla.

En este caso, sucedía que un Amtrak se había encalomado sobre otro tren que pasaba por la Penn station, un viernes a las 15 horas en plena salida de la gente de sus trabajos.

Así que te toca armarte de paciencia y chuparte dos horas de atasco monstruoso desde Manhattan al aeropuerto, rezando para no perder el vuelo, a través del famoso túnel de Queens, que es como el de Francisco Silvela pero un poco más largo e infinitamente más viejo. Estos ven los túneles de la M30 de Gallardón y te montan ahí tres líneas de metro, un  intercambiador, dos centros comerciales y puestos de perritos en las isletas. Y además nos envían a la colonia de coreanos del metro de NY.

Caminar por el aeropuerto JFK te hace sentir como en la peli Aterriza como Puedas. Esa moqueta venerable, esos perfilados de los años 60, esos baños de cuéntame. Esa cerveza Coney Island, solamente bebible tras haber pasado dos horas haciendo un examen en inglés y ya por pura desesperación a ver si me desmayo en el vuelo. Pero no. Me he llegado a plantear autolesionarme de un golpe en la cabeza a ver si desfallezco al menos unos minutos. Así que me encajo en mi asiento de American Airlines, en modo sándwich, entre un marine de 2 metros cuadrados y un ser con dolor crónico de espalda (lo sé porque me dio todo lujo de detalles mientras esperábamos). De pronto, una azafata viene corriendo por el pasillo y pide el pasaporte a 3 ó 4 pasajeros. ¡Ole por ese control de pasaportes saleroso! Aquí se te cuela hasta el tato, por debajo del babi.

Pero debo añadir que en esta aerolínea son amigables –a la par que brutalmente sinceros- con el pasaje: “Hey folks, it seems we miss a pilot”; al oir la palabra «piloto» se te enderezan las orejas, y te viene a la cabeza la imagen de Ted Stryker en la gloriosa Aterriza como Puedas, corriendo por el aeropuerto. Debe estar en ello, apartando harekrisnas a puñetazos. En Iberia te soltarían un escueto “comprobaciones técnicas” y punto. No te confiesan candorosamente que ignoran el paradero y posible grado de resaca de uno de los pilotos de un vuelo transoceánico, ni que el otro tiene un tic en el ojo. A los diez minutos, nos vuelven a dar noticias del hombre perdido: “Hey guys, we have pilot!!!” La gente aplaude. Dios mío. No sé yo que es peor; que Pepe Gotera y Otilio estén decidiendo si un tornillo está bien ajustado o que tengamos un piloto a bordo resacoso o con problemas para usar elementos de medición del tiempo u otros parámetros más críticos para la navegación aérea.  Pero parece que por fin nos movemos del finger, con casi 40 minutos de retraso, y entonces comienza a entrar un brutal olor a queroseno. El marine se endereza olisqueando y se pone en modo DEFCON1. Me juego el cuello a que este lleva su arma reglamentaria en el equipaje de mano. Estoy por decirle que por chungo que se ponga el tema, que no me sacrifique para evitarme sufrimientos, que le dé preferencia al de la espalda, que parece que el cuerpo le pide tierra. Sale el rollizo comandante de su guarida, echando una poco disimulada carrera hacia la cola del avión, mientras todos giran la cabeza a su paso. El de la espalda se ha muerto o es de plástico, porque no se menea.

Comienzan a darnos una detallada explicación técnica en inglés de la cual entiendo el 10%, pero básicamente termina con un “no problem”. Casi prefiero no estar informada sobre si la ventanilla del lavabo estaba mal cerrada, o si alguien estaba echando el último piti con la puerta del avión abierta. A continuación, un escueto mensaje en espanglis; Amigosss todo es normal. Que va a ser normal, desgraciao, que esto apesta como si le hubieran hecho la manicura a todo el pasaje. Así empezó el apocalipsis zombi, un avión lleno de paisanos atiborrados de aroma a queroseno durante varias horas, estoy segura.

Tras larguísimas horas de vuelo, durante las cuales mi vecino se atizó 6 whiskis y yo tuve ocasión de decepcionarme con lalaland, que pude ver entre patada y patada de mi vecino el dolorido crónico, aterrizamos en la T4 satélite. Eso si; tras un aterrizaje abortado y en la más lejana de las lejanas y puñeteras puertas, donde además del trenecito deberían plantearse hacer línea de metro con doble andén hasta  la terminal principal. Será por infraestructuras, caramba. Que aquí vamos sobraos.

 

Perretes 4.0

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Domingo de veterinario, llevando al animalito a rastras para vacuna y pedicura, coincido en la consulta con una runner que se ha encontrado un perrillo perdido -con collar y chip, al menos-. Como la mujer tiene buen corazón, lo acerca al veterinario en vez de a la policía, donde iría de cabeza a la perrera.

El veterinario se afana en acceder a la base de datos de chips de identificación. Tras hacer dos llamadas para recuperar la contraseña, consigue por fin entrar en la aplicación y mirar el chip del can, a ver si se puede localizar a su dueño. Pero oh, tristeza, oh consternación, resulta que el veterinario madrileño puede acceder a la base de datos pero NO puede visualizar el nombre ni el teléfono del dueño asociado al chip porque se ha implantado en Galicia. Kafkiano. ¿Pero quién habrá hecho el diseño de este sistema? ¿El oso Yogui? ¿Alguien en su sano juicio confía en que los bichos no se muevan nunca de su comunidad autónoma? ¿O las personas, si a eso vamos?

Dado que estamos a 600 kilómetros del lugar, y el bicho no tiene pinta de haber hecho el Camino de Santiago él solito, llegamos a la conclusión de que el dueño tiene que andar por los alrededores. El chucho no parece abandonado, no está ni inquieto ni triste, sino más bien curioso y pasota. La runner, compadecida, se lleva al animal de paseo a ver si por un casual encuentra al dueño en el poblado de okupas de la zona.

Interoperabilidad, dicen. A ver si es verdad, porque antes de zambullirnos en los data lakes, habría que empezar por cosas tan simples y superadas como unificar las bases de datos caninas y que si un perro aparece La Coruña, puedan avisar a su dueño aunque el bicho haya nacido en Madrid. O multarte por no recoger las cacas, que los argumentos recaudatorios son mucho más efectivos.

Esto del chip perruno -y gatuno- da mucho juego. Hace unos años mis hijos se empeñaron en que habían encontrado al «gatito perdido», un lindo animalito cuyas fotos con mirada lastimera circulaban por la urbanización.

Así que me convencieron para llevarlo a nuestro veterinario y que le pasaran el escáner de chip. El gato ya venía un poco agobiado por la presencia de abundantes pelos de perro en el coche y el sobeteo continuo de mis hijos, que ya se veían padres adoptivos del bicho. Según entramos, y dada la abrumadora mayoría de población perruna, el gato entra en barrena psicótica y me clava las uñas tratando de subirse más allá de mi coronilla. Consigo contener al bicho sin sufrir demasiadas lesiones, pero el pobre está de los nervios.

El veterinario accede a la susodicha base de datos y consigue llamar a la presunta propietaria del animal. La conversación va tomando matices insospechados, que escucho a trozos mientras intento vigilar que mi hija no se infle a chuches para perros y que mi hijo no destruya el recogedor de cacas automático que tienen en la tienda de mascotas:

“Que sí, que el chip de este gato está a tu nombre. Sí, al tuyo. ¿Cómo que el gato está en tu casa? Pues perdona, pero aquí hay uno con chip y es tuyo, te lo garantizo. Ah. ¿Que se escapó de casa? Ya… ¿Que igual bajaste del árbol al gato equivocado? No me digas. Si, claro, negro-negro. De arriba a abajo, sin una sola mancha blanca y con los ojos muy verdes. Te aseguro que es él, tengo a una clienta con tu gato, que dice te espera.»

Entonces el veterinario, tratando de no ahogarse de risa, me informa.

Que resulta que el gato que tengo agarrado a mi nuca, es propiedad de una de mis vecinas y -afortunadamente para el gato- paciente de la clínica y residente en la localidad.

Que según comenta la mencionada vecina, hace un par de días se le perdió el animalito, pero que lo encontró subido a un árbol y se lo llevó a casa, donde sigue cómodamente instalado.

Que según todos los indicios, parece ser que el okupa erróneamente rescatado del árbol se adaptó rápidamente a su nuevo hogar, usurpando la identidad y residencia del verdadero gato doméstico que -hasta ahora- se veía obligado a vivir bajo las azaleas de la entrada.

Lo dicho. Vamos a terminar todos con un chip en el cuello, no vaya a ser que seamos malignos suplantadores. Yo no me dejo, os lo voy avanzando.

Drones banusinos

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Andan los ánimos un tanto exaltados por Banús. Creo que se debe al exceso de madrileños por metro cuadrado,  que traemos el estrés, las prisas y el agobio de serie.

Quizá no nos demos cuenta, pero los lugareños nos fichan ipso facto, según descargamos el hardware playero del coche en menos tiempo del que tarda el equipo de Alonso en cambiar las 4 ruedas a falta de dos vueltas.

Hoy teníamos trifulca familiar en el chiringuito y todo apuntaba a que la cocina no iba a estar disponible. Es lo que tienen los negocios familiares. Lo malo es que el grifo de cerveza tampoco, y hoy hace un calor importante.

La familia madrileña que se ha instalado a nuestra vera ha tardado 15 minutos en llegar, alborozarse, ponerse la mamá un sombrero muy stylish,  untar de crema a las criaturas,  desplegar las toallas en las hamacas,  tener una breve dicusión y levantar el campamento a la vista de la no disponibilidad  de la cerveza -y sin duda del servicio de restaurante-. No he podido resistirme. He abierto mi neverita y he sacado una cerveza helada, se que el «chasss» de la apertura les ha sumido en la envidia más corrosiva. La mirada de la hembra alfa ha estado entre el odio, el pasmo y la rendida admiración. Mi manada esta a salvo de las contingencias. Pobrecillos.  Van a llegar 6 sin reserva a las 14:00 a un restaurante marbelli. Crisis matrimonial a la vista, profetizo. Eso sí,  nos vendrían bien las cervecitas de grifo y unos victorianos con limón, no os lo niego. A ver si mañana han arreglado sus desavenencias y se restablece el ANS habitual.

Ayer me sorprendió un dron sobrevolando la playa, deteniéndose con impunidad sobre las tumbonas. Que bien me vendría tener un águila imperial de mascota. «Ataca Lola!» y Lola atrapa el dron entre sus garras y lo deposita delicadamente mar adentro sobre la ola que más le guste.

«¿Mama eso es legal?» Preguntan mis hijos. Pues hijo tan legal como que yo coja el móvil y le haga una foto a las lorzas de mi vecina. La playa es un sitio público. Cosa distinta es que la colega se levante y me arree una muy merecida torta por ordinaria. El dron planea impunemente sobre las hamacas y contraataco con la cámara de mi móvil. No me preocupa tanto que sus imágenes acaben en Facebook o incluso en LinkedIn. Me parece peor que terminen -no se sabe como- en poder de Watson y que en breves minutos aparezca una zodiac de greenpeace llena de activistas al rescate y me lleven a los mares del ártico a vivir feliz con mis congéneres marinos. Mi hijo localiza al dueño enseguida. El dron regresa obediente hacia un ser encapuchado que podría ser el hermano mayor de frodo bolson, o luke skywalker jugando al escondite; con un pedazo de mando a distancia que camufla bajo una toalla. Parece una jaima ambulante, el tío.

Lola. Que bonito nombre para mi águila.  Creo que incluso podría llevarse al fulano este a algún campamento islámico de los que hay allende el estrecho, para que espabile. Eso sí, que lo deposite con cariño y elegancia.